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domingo, marzo 22, 2015

Los últimos días de nuestros padres | Joël Dicker


Que todos los padres del mundo, a punto de 
 abandonarnos, sepan el gran peligro que corremos 
sin ellos. 
Nos enseñaron a caminar, y ya no caminaremos. 
Nos enseñaron a hablar, ya ya no hablaremos. 
Nos enseñaron a vivir, ya ya no viviremos. 
Nos enseñaron a convertirnos en Hombres, y ya ni 
siquiera seremos Hombres. Ya no seremos nada.

Fumaban al amanecer, mientras contemplaban sentados el negro cielo que bailaba sobre Inglaterra. Y Palo recitaba su poema. Al abrigo de la noche, recordaba a su padre.
Sobre la colina donde se encontraban, las colillas teñían de rojo la oscuridad: habían adoptado la costumbre de venir a fumar allí a primera hora de la mañana. Fumaban para hacerse compañía, fumaban para no desesperar, fumaban para no olvidar que eran Hombres.
Gordo, el obeso, olisqueaba entre matorrales imitando a un perro vagabundo, ladrando para ahuyentar a los ratones de campo entre la hierba húmeda, y Palo se enfadaba con el falso perro.
-¡Para, Gordo! ¡Hoy hay que estar triste!
Gordo se detuvo tras tres reprimendas y, enfurruñado como un niño, dio la vuelta al semicírculo que formaba la decena de siluetas y se fue a sentar al lado de los taciturnos, entre Rana, el depresivo, y Ciruelo, el tartamudo infeliz, secretamente enamorado de las palabras.
-¿En qué piensas, Palo?- preguntó Gordo.


Este libro es la primera novela de Joël Dicker antes de convertirse en un autor superventas. Me esperaba un libro de relleno aprovechando el tirón del éxito de su segundo libro, craso error. Dicker tiene una capacidad increíble para contar historias geniales con unos personajes maravillosos y llenos de matices. Una novela superrecomendables.

sábado, septiembre 28, 2013

La verdad sobre el caso Harry Quebert | Joël Dicker


Todo el mundo hablaba del libro. Ya no podía pasear tran quilo por las calles de Nueva York, no podía hacer jogging por Cen tral Park sin que me reconocieran y exclamaran: «¡Es Goldman, el escritor!». Algunos incluso me seguían durante un rato para pregun tarme aquello que les atormentaba: «¿Es cierto lo que cuenta en la novela? ¿Harry Quebert hizo eso?». En el café al que solía ir en el West Village, había clientes que no dudaban en sentarse a mi mesa y empezar a hablar: «Su libro me tiene atrapado, señor Goldman, es imposible dejarlo. El primero era muy bueno, pero éste... He oído que le dieron un millón de dólares por escribirlo... ¿Qué edad tiene? ¿Sólo treinta años? ¡Y ya está forrado!». Hasta el portero de mi edifi cio, al que había visto leyéndolo entre apertura y apertura de puer ta, me tuvo retenido un rato en el ascensor, al terminarlo, para con fesarme su desazón: «Entonces ¿eso fue lo que le ocurrió a Nola Kellergan? Qué horror. ¿Dónde vamos a ir a parar, señor Goldman? ¿Dónde?».

Mi libro apasionaba a la flor y nata de Nueva York; tras dos semanas en las librerías ya prometía llegar a ser el más vendi do a lo largo y ancho del continente. Todo el mundo quería saber qué había pasado en Aurora en 1975. No dejaba de salir en la tele visión, en la radio y en los periódicos. Yo tenía sólo treinta años y con esa novela, la segunda de mi carrera, me había convertido en el escritor más de moda del país.

El caso que sacudía América, y del que había sacado lo esencial de mi narración, había estallado unos meses antes, al principio del verano, cuando se encontraron los restos de una jo ven desaparecida treinta y tres años antes. Fue el comienzo de la serie de acontecimientos que se relatan a continuación, y sin los que la pequeña ciudad de Aurora habría seguido siendo, sin duda alguna, completamente desconocida para el resto de Estados Unidos.


Hay muchísimas ocasiones que cuando no se que leer me dedico a viajar por webs de editoriales en busca de algo que atrape mi atención y quiera leer. Esto es lo que ha pasado con  La verdad sobre el caso Harry Quebert. Aunque en la web de la editorial lo ponían por los aires, cosa no extraña, yo en un principio dudé. Pensé que era otra castaña más en el mercado que nos quieren vender a toda costa; craso error.  Desde que lo empiezas a leer te engancha y la verdad es que el autor es un genio dirigiéndote a lugares obvios para luego en un par de páginas demostrarte que quien manda es él y tú no eres tan listo como te creías.  Joël Dicker teje una maravillosa trama con giros inesperados que va a hacer que no sueltes el libro hasta que te lo expliquen todo. Si quieres un que no te complique la vida, esta es una muy buena opción.