viernes, diciembre 01, 2017

La banda de los niños | Roberto Saviano


-¿Me estás mirando?
-No, para nada.
-¿Y qué miras?
-Oye, hermano, ¡te confundes! Yo no tengo nada que ver contigo.
Renatino estaba entre los otros chicos, hacía rato que lo habían visto en medio de la selva de cuerpos, pero cuando se dio cuenta ya lo habían rodeado entre cuatro. La mirada es territorio, es patria, mirar a alguien es entrar en su casa sin permiso. Observar a alguien es invadirlo. No desviar la mirada es manifestación de poder. Ocupaban el centro de la plaza. Una plazoleta cerrada entre un círculo de edificios, con una única calle de acceso, un único bar en la esquina y una palmera que, por sí sola, tenía el poder de imprimirle un aire exótico. Aquella planta clavada en pocos metros cuadrados de tierra transformaba la percepción de las fachadas, de las ventanas y de los portales, como si hubiera llegado desde la plaza Bellini con un golpe de viento.
Ninguno pasaba de los dieciséis años. Se acercaron respirándose los alientos. Ya era un desafío. Nariz contra nariz, listo el cabezazo sobre el tabique nasal si no hubiera intervenido Briato. Había interpuesto su cuerpo, un muro que delimitaba una frontera.


Nada más que vi la entrevista en el programa Página 2 quería leer este libro aunque la experiencia con Gomorra no fue muy satisfactoria. Y con esta lectura he tenido sentimientos enfrentados, por momentos me gustaba y en otras ocasiones me parecía una lectura bastante planita. Lo que si que tengo claro es que Roberto Saviano ha sabido cocinar el final a fuego lento; todo está a punto de estallar pero te deja con la miel en la puta de los labios. Tendremos que esperar a la segunda parte…

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